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Entrenador Profesional de Fútbol

Este es "Gustavo Coleoni"
 

En Talleres era el hijo del buffetero y la promesa del semillero al que los hinchas iban a ver antes de los partidos.

Aprendió escuchando a próceres como Labruna y Pedernera. Se inició como entrenador en escuelitas de fútbol y lleva más de 400 partidos en el Argentino A.

Un personaje que contagia simpatía y pasión por el fútbol.

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Por Diego Borinsky: 16/02/2017  - Para "El Gráfico"

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Era tan pero tan bueno con la pelotita en los pies, o pintaba para ser tan pero tan bueno, que Talleres de Córdoba hizo con él lo que no consiguió ni el mismísimo Lionel Messi, con Newell’s: que le pagaran el tratamiento hormonal.

Nací en Talleres
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El "Sapo" Coleoni 
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Construyendo un Entrenador

El Sapito Coleoni fue tamaño XXS desde muy pequeño. El hijo de Antonio, el bufetero de "La Boutique", la cancha de la T, que incluso vivía debajo de esa misma tribuna techada que existe hoy, solía salir a hacer sus malabares antes de los partidos de aquel equipo que fue un boom en los años 70 y nutrió a la Selección de Menotti de tres campeones del mundo (Galván, Valencia, Oviedo). Pero era bajito, le hicieron estudios, le detectaron fallas en el crecimiento y luego le mandaron a comprar hormonas a Europa para inyectárselas.

Coleoni no consiguió conformar una carrera destacada como futbolista tras ese comienzo promisorio en Los Cebollitas de Talleres, pero sí logró, desde el costado del campo de juego, erigirse en un entrenador que recorrió el país de punta a punta (Puerto Madryn y Formosa en un mismo año, por caso) y ser un especialista en las categorías más bajas del fútbol argentino, hasta superar los 400 partidos como DT en el Argentino A. Recién hace unos años, con Ramón Santamarina (Tandil) y luego con Ferro logró meterse en la segunda categoría para aspirar a su gran sueño: dirigir en la A.  Hoy llevó a Central Córdoba de Santiago del Estero al ansiado ascenso BNacional (regreso) y a 8vo de final en Copa Argentina 2018, menciones que lo posiciona como uno de los mejores en estilo de juego y armado de equipos combativos y dañinos.

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El Jugador que no FUE
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Mi vida era el Fútbol

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Era petiso y me querían hacer crecer, y el club me compraba unas hormonas en Italia. No recuerdo cuanto tiempo me las dieron, sí que estaba en la primaria y que el doctor Ortiz tenía miedo de poner su matrícula en juego. Los profes me colgaban de la tabla para hacer abdominales, me agarraban del cuello y me estiraban en las camillas, me colgaban pesas, me da vergüenza contarlo, pero era así. Todo para hacerme más alto. Pintaba tan bien en ese momento que cuando Talleres perdió la famosa final con Independiente, en enero del 78, me invitaron al programa de deportes del domingo a mí, en vez de alguno de los muchachos que habían jugado el partido.

Mi viejo me llevó en su Renoleta verde y me dijo: “Lo único que te pido es que no digas malas palabras”. Yo entraba siempre a jugar el preliminar y hacía una rutina de jueguitos, en ese momento uno no se daba cuenta de lo que significaba para el club, porque cuando después laburé mucho tiempo en el taxi, muchos me reconocían y me preguntaban: “¿Vos sos el Sapito Coleoni?

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Cuando Coleoni pasa lista a los equipos en los que jugó, corroboramos su sentencia: Matienzo de Monte Buey, Belgrano de La Para, Central de Río Segundo, Atlético de Río Tercero, Bella Vista, Las Palmas. Vaya si remó.

Antes de largarse por la provincia, tuvo una infancia soñada. Vivir debajo de la tribuna del equipo del que sos hincha, servirles un sánguche o un café a tus ídolos, escucharlos charlar, ver cómo juegan a las cartas y al billar, aprender de todos esos ritos, es un tesoro que el Sapito conserva entre los más preciados.

José Daniel Valencia fue siempre mi ídolo, hasta me pintaba el lunar con un fibrón, como lo tiene "El Rana" acá en el pómulo (se toca). Fue el mejor jugador que vi en mi vida. Me hacía el chueco para parecerme a él. Lo amo. También me gustaban el Negro Hacha (Ludueña), Chupete Guerini. Y me encantaba escuchar al Loco Daniel (Willington). Ni hablar de lo que aprendí con Labruna y Pedernera

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